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En los Lugares Celestiales


Llenos de toda la plenitud, 28 de mayo https://ift.tt/s5J6IiF Y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. Efesios 3:19. Solamente aquellos que dan a Dios una obediencia plena e implícita serán aptos para las mansiones celestiales. Dios sabe que no apreciaríamos sus preciosos dones si no fuéramos perfectamente sumisos en obedecerle y tener siempre la mira en su gloria... Cualquiera sea vuestro temperamento, vuestras tendencias hereditarias y cultivadas, hay un carácter que debe ser formado según el modelo divino. No tenemos excusa para conservar nuestro propio molde y carácter natural ... No podemos retener nuestro propio yo y ser llenados de la plenitud de Dios. Debemos vaciarnos del yo. Si hemos de ganar finalmente el cielo será solamente mediante la renuncia al yo y recibiendo la mente, el Espíritu y la voluntad de Cristo Jesús... ¿Estamos dispuestos a pagar el precio de la vida eterna? ¿Estamos dispuestos a sentarnos y a contar el costo, si vale el cielo la pena de un sacrificio tal como la muerte al yo y el dejar que nuestra voluntad se doblegue y se modele a la perfecta conformidad con la voluntad de Dios? Hasta que esto no ocurra, no experimentaremos en nosotros la gracia transformadora de Dios. Tan pronto nosotros entregamos nuestra naturaleza vacía al Señor Jesús y a su causa, él llenará el vacío con su Santo Espíritu. Podemos pues creer que nos dará de su plenitud. Él no quiere que perezcamos. No hay nada que necesitemos más urgentemente de Dios, que [cumplir] el deseo que él tiene de que todo lo que hay en nosotros sea consagrado a su servicio... La eternidad es sin fin. Nuestra vida aquí es un breve período cuando más, ¿y por qué y por quién estamos viviendo y trabajando? Cuál será el resultado de todo? Necesitamos diariamente la religión de Cristo... Aunque él sentía toda la fuerza de la pasión de la humanidad, nunca cedió a la tentación de hacer un solo acto que no fuera puro, elevador y ennoblecedor.—Carta 27, 1892.

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