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Recibiréis Poder


Los jóvenes dotados para ser canales vivientes, 22 de julio https://ift.tt/lRyKMex Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza. Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza. No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio. 1 Timoteo 4:12-14. Cada joven debería considerarse de valor ante Dios, porque ha sido dotado del don más valioso que puede otorgarse. Es su privilegio ser un canal viviente mediante el cual Dios puede transmitir los tesoros de su gracia, las inescrutables riquezas de Cristo. Nuestros pecados pueden ser como montañas ante nosotros, pero si humillamos nuestro corazón y los confesamos, confiando en los méritos de un Salvador crucificado y resucitado, seremos perdonados y limpiados de nuestra impiedad. Nuestra salvación revela la profundidad del amor del Salvador. Si aceptamos esta salvación, nuestro testimonio será: “En quien tenemos redención por su sangre”. Efesios 1:7. La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús nos ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó y se dio a sí mismo por nosotros. Es aquí, justamente aquí, en el mundo, donde debemos utilizar nuestros talentos. Tenemos que guiar a las personas al “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Juan 1:29. Es nuestra tarea y, mediante nuestras vidas, debería ser nuestro placer presentar las insondables riquezas de Cristo. Podemos progresar diariamente en el sendero de la santidad, y sin embargo encontrar mayores alturas que alcanzar. Cada ejercicio de los músculos espirituales y todo esfuerzo del corazón y la mente traerán a luz la abundancia de la provisión de gracia que necesitamos para avanzar. Cuanto más meditemos en los temas eternos, tanto más revelaremos los méritos del sacrificio del Salvador, la protección de su justicia, la plenitud de su sabiduría y su poder para presentarnos ante el Padre sin mancha, ni arruga ni cosa semejante.—The Youth’s Instructor, 30 de noviembre de 1899.

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